La primavera gaditana nos ha traído este año un regalo sublime: el libro La máquina quimérica, de Miguel Ángel Rincón Peña. Las 77 páginas de este poemario respiran la esencia del amor, vivido y sentido en primera persona por su protagonista. Son, más que relatos sobre experiencias, unos reconfortantes versos que nos nutren de vida con esa aspiración cernudiana y nerudiana de fusionarnos en un todo sentimental. Sin caer en las trampas del barroquismo melifluo, en las que muchos autores empalagosos se pierden cuando abordan estos asuntos, Miguel Ángel Rincón hilvana historias cotidianas transidas por el cariño romántico con absoluta pulcritud, sin efectismos sensibleros para encandilar a los adeptos de amores gregarios. Antes bien, asume que es hombre enamorado y brinda un tratamiento cabal a los latidos de su corazón, pero ajustando el verso a lo puro, íntimo y verdadero. A su esencia desnuda de ropajes hiperbólicos. Versos libres como trazos de pintor impresionista, que sintetizan las influencias poéticas del autor.
Miguel Ángel Rincón analiza y realza la grandeza que se esconde en esos pequeños detalles que dan sentido a la vida y que conforman el relato de historias con las que muchos podemos identificarnos, a pesar de... ¡ay!, las involuntarias ausencias coyunturales del amor y sus benditas circunstancias para ciertas personas. Así, Rincón demuestra en el libro la capacidad de compenetración y metamorfosis del poeta con los paisajes, en un generoso esfuerzo por fusionar entornos como las estaciones de tren, la playa, etc., con sentimientos tan arraigados para él como las sutiles refencias anatómicas de su musa-compañera, expresadas en dulce clave metafórica. Siempre la ternura por bandera; la insinuación elegante y discreta. El adjetivo exacto para el corazón lector preciso. No hay nada que rebase en dignidad y valentía a un poeta cuando canta desde el fondo de su conciencia, cuando se rebusca -hermosa palabra flamenca- y se encuentra, fiel a sí mismo, en esa extraña virtud de la sinceridad.
Como en el periplo existencial no es oro todo lo que reluce, La máquina quimérica encierra nostalgias materno-filiales, visiones realistas sobre el inevitable acto de la consunción... o recuerdos agridulces de familia. Por supuesto, en un hombre tan comprometido socialmente, no podía faltar la necesaria vindicación de la memoria histórica. ¡Y qué decir de los homenajes poéticos que contiene el libro a esas personas 'hermanas', que comparten con él andanzas artísticas por multitud de escenarios! El autor de esta reseña se siente honrado de habitar en la página 60 de este vademécum de emociones, que huele a lo mejor del Parnaso. Para eso Miguel Ángel Rincón es un sabio alquimista que troca en delicioso perfume los olores más prosaicos de la vida. Una sensibilidad tan honda y, al mismo tiempo, tan a flor de piel, no podía ofrecer a sus lectores otra cosa diferente de la que ha mostrado en este bello trabajo: un farol encendido de esperanza romántica en medio de la oscura noche de la indiferencia. Un deleite para los sentidos.
Luis de Manuela,
cantautor andaluz y amigo del poeta.
Portada del libro, editado por Atrapasueños |
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